Ustedes no lo saben (tampoco mi esposa) pero
estoy enamorado de una cajera de banco. Eso explica por qué me encuentro
haciendo cola en la agencia, nuevamente. Es como si tuviera un gran papalote aleteándome
en el corazón, y en la fila ya solo hay cuatro personas.
Dentro de esta considerable fuerza de trabajo constituida
por los cajeros de banco, encontraremos una joya uniformada; para ocultar su
identidad, la llamaré Patricia Lourdes Mildred. Ciertas transacciones podría yo
hacer desde casa, por medio de la banca en línea, pero rapidito agarro para la
agencia, solo para ver, y a lo mejor hablar, con mi cajera de banco, y en la
fila ya solo hay tres personas.
Unas veces, si tengo suerte, me toca ella.
Otras no. Es parte del misterio, de la imprevisibilidad, de nuestra relación.
Pero cuando me toca ella, ah, es bello y es ridículo. Ridículo, porque tiemblo,
al extenderle la boleta de depósitos monetarios. Bello porque es bello verla
teclear, con ese virtuosismo profesional suyo, tan ordenado, casi geométrico. Lo
que Patricia Lourdes Mildred hace requiere talento, no es así nomás, y en la
fila ya solo hay dos personas.
Yo diría que en esta notable institución bancaria,
en este templo gerenciado por la riqueza y el patrimonio, el mayor patrimonio
es la sonrisa de Patricia Lourdes Mildred, que bien podría yo presenciar para
el resto de la eternidad, y en la fila ya solo hay una persona.
Ya ella me conoce, siempre intercambiamos nimiedades,
que por supuesto para mí no lo son. Hoy es un día particularmente importante,
porque voy a invitarla a salir. Así que aquí me tienen escarceando unas
palabras bonitas para Patricia Lourdes Mildred, y en la fila ya no hay nadie,
salvo yo.
Y entonces Patricia Lourdes Mildred me mira,
con cierto desdén, como si yo fuera un sapo o algo así, y ahora resulta que
está llamando a una compañera, y la compañera, que toma su lugar, se dirige a
mí en un tonito perfectamente mecánico y neutro, diciendo: “Adelante”, mientras
Patricia Lourdes Mildred desaparece por la puerta de atrás.
¡Te maldigo, Patricia Lourdes Mildred, bruja de
los bancos, porque ya no me atiendes!
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