Bienvenidos a LAS PÁGINAS VULGARES. Cositas periodísticas de Maurice Echeverría.

Una charla con María Kodama


Con el ya difunto Ariel Ribeaux nos fuimos a entrevistar a la Kodama, que resultó ser culta y encantadora y no esa perversa Yoko Ono que algunos piensan. De hecho, Yoko Ono también me cae bien. La entrevista es vieja, fue hecha en el contexto del centenario de Asturias, de Borges también.



María Kodama, viuda de Borges, estuvo presente el primer día del XVIII Simposio Internacional de Literatura que se lleva a cabo esta semana en la ciudad de Guatemala. La gente la abordaba casi frenéticamente, y ella se veía fina, casi frágil, casi quebradiza ante los flashes de las cámaras fotográficas. Al final de la jornada surgió esta entrevista. María Kodama no parece para nada esa mujer/ogro, esa mala mujer que algunos pintan. Dicen que los argentinos no la quieren. Pero más parece ser una mujer querible, que habló con hondo respeto de Borges, con mucho recuerdo, y con una gran sensibilidad. Bastó escucharla pronunciar unos hexámetros en griego –la voz de Andrómaca– para despejar prejuicios.


Con todo esto del centenario, Borges se ha multiplicado muchísimo. Deben de haber millones de Borges allá afuera. ¿Cómo manejar esta situación?
-(Ríendo) Nadie puede manejar eso. No... Son homenajes que se hacen en todo el mundo. Es toda una hiperactividad, lógicamente porque es su centenario. Es muy lindo porque de algún modo eso da la medida de la forma en que su obra va más allá de lo que es el mundo literario. Es una obra que ha pasado ese límite, una obra de la que se ocupan los filósofos, los científicos, los físicos cuánticos, los matemáticos... Una cosa sumamente apasionante.

¿No es avasalladora esa dispersión?
-No. Esa dispersión sale de una cosa que está concentrada en su obra, eso que está allí y nadie puede mover. Es muy lindo, porque es una obra que digamos acicatea la dispersión, la imaginación en sus distintas disciplinas, que se nutre de ellas. Es una experiencia agotadora a veces.

¿Es posible para nosotros los lectores acceder al Borges que usted conoció en la intimidad, y que se nos escapa detrás de tanto congreso?
-Yo creo que hay dos cosas distintas. Un escritor...

...es distinto a su obra.
-Es y no es. Y allí se mezclan las cosas. Yo creo que es una cosa doble. A través de la obra uno puede encontrar una buena parte de lo que es el escritor, pero hay una parte, la más íntima, que no. Es diferente el trato directo con alguien que la relación que se establece a través de la obra.

Él mismo habló del otro Borges. Es una situación un poco esquizoide.
-Pero además no es esquizoide: es decir, todos nosotros somos muchos ¿no es cierto? No sólo dos: somos muchos.

No resulta un poco paradójico que se estén celebrando los cien años del nacimiento de Borges, cuando él tenía una versión tan especial de lo que es el tiempo.
-Ah, pero le divertía mucho celebrar su cumpleaños. Creo que esto del centenario más bien lo alegraría.

De Borges ¿sólo quedan las palabras, como le sucedió al personaje de El inmortal?
-Bueno, yo creo que es una suerte que queden las palabras. Las palabras son el elemento que nos diferencia de los animales. Las palabras, de la forma en que él las ha dejado en El inmortal, de la forma en que Homero las dejó, son una maravilla. Y justamente es algo que no muere nunca. Pasan siglos y siglos, y eso queda, y queda para siempre. Un periodista español me preguntó qué había significado Borges para mí. Y entonces yo utilicé para explicarle los hexámetros que Homero pone en boca de Andrómaca, cuando Hector va a luchar con Aquiles, y ella presiente que va a morir, y ella intenta retenerlo. Y son las palabras y el concepto más maravilloso de amor del mundo. Es lo que después las religiones dicen a una persona, pero dicho de una manera maravillosa, y dicho desde de lo que es el origen de la literatura occidental. Y ella le dice a Hector: Hector, tu eres para mí un padre, mi señora madre, pero por sobre todas las cosas eres el amor compartido. Es la cosa más hermosa, es la definición de amor más perfecta...

Me gustaría saber si Borges extrañaba –ya cuando estaba ciego– la manualidad del oficio del escritor.
-Esa es una linda pregunta la que me hacés, porque él nunca se quejaba de no poder escribir sus textos. Se quejaba más bien de no poder leer. Pero, desde muy chico sabía que iba a quedar ciego, y después su madre le ayudó...

Se preparó de algún modo...
-No fue una cosa súbita. Y además era como un estoico. Yo jamás le escuché una queja. Cada vez que algo sucedía, algo negativo...

...lo transformaba...
-Lo transformaba. Era maravilloso. A veces las personas –bueno, gente un poco perversa– dicen que él era un infeliz, que era esto o aquello. Pero si lo hubieran tratado se darían cuenta de la maravilla de ser que era...

No era un hombre infeliz: era un hombre perplejo.
-Exacto. Y además tenía esa comunicación con la vida apasionante. Era una comunicación con una pasión, con un asombro, una curiosidad... Es lo que él decía: que si un escritor pierde la capacidad de asombro entonces está perdido.

¿Tiene usted proyectos personales, ya desvinculados de la figura de Borges?
-Bueno, yo escribo, y a partir del año que viene voy a empezar a publicar todo lo que yo he escrito. Tengo cuentos desde hace mucho tiempo. No los publiqué en vida de Borges, pues él quería hacerme un prólogo, pero yo no quería.

¿Porqué?
-Porque yo no quería mezclar historias. Yo quería que él sintiera que una persona lo quería –no por el prólogo, no para las firmas, no para conseguir absolutamente nada–. Yo no recibí nada de él, porque recibí todo, que era su amor. Y yo quería que él sintiera de mi parte exactamente lo mismo. Con eso me corté la publicación. Eso sí: era como una afrenta.

¿Un sacrificio?
-No, no, porque yo seguía escribiendo. A mí lo que me da placer no es publicar: es escribir. Además tenía mi círculo de lectores, como yo los llamaba, que son mis amigos. Borges y Alberto Guilli, que es un extraordinario poeta argentino. Entonces, con esos lectores, yo decía: ‘qué importa’ (ríe). Bueno, y después que Borges murió fue un momento difícil para mí, así que no podía publicar en esas circunstancias. Y ahora está el centenario... Después del centenario empezaré con mi primera obra. Será la primera, pero la escribí hace ya tiempo.

Quizá me puede hablar de esta gran exposición itinerante que actualmente recorre Europa.
-Surge de un encuentro con estudiantes de la facultad de arquitectura en Buenos Aires, a raíz de que ellos me escucharon en un programa de rock, que yo adoro.

¿De rock?
-(Ríendo) Bueno, es mi generación. Yo no soy quién celebro los cien años (ríe otra vez). Mi himno es The Wall. Tengo una anécdota divina con Mick Jagger. Estábamos en Madrid, y Mick Jagger estaba en el mismo sitio. Borges estaba sentado, como siempre con las manos sobre el bastón. Jagger se le acerca y le dice: ‘maestro, yo lo adoro, admiro su obra, la he leído en inglés’. Entonces Borges le dice gracias, y le pregunta ‘¿usted quién es?’. Entonces Mick Jagger le responde ‘no, usted no me conoce, me llamo Mick Jagger’. Y Borges dice: ‘claro, usted es de los Rolling Stones’. Y casi se desmaya cuando le dice eso. Y le preguntó: ‘¿Usted me conoce?’. ‘Sí, gracias a María’.

2 comentarios:

  1. Hablaste con la Kodama? Eso es lo que se llama three degrees of separation (entre vos y Borges). Esa experiencia de three degrees of separation la tuve con Mondriaan.

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  2. Me gusto el Final, buen Final. No se por qué intuyo muchisimas respuestas sobre vos ( si me permitis el vos), en cada pregunta. Saludos.

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