Bienvenidos a LAS PÁGINAS VULGARES. Cositas periodísticas de Maurice Echeverría.

Cancuén: una ciudad emerge de la selva


Un artículo más viejo que la rabia (lo cual explica que no pueda rastrearse en la web, que a lo mejor ni existía, o meramente existía, entonces). Años después, haciendo un reportaje vinculado al INGUAT, tuve la oportunidad de conocer Cancuén. Una promesa arqueológica, lo cuál no deja de tener lo suyo de contradictio in terminis: el pasado como porvenir.



El reciente descubrimiento de la ciudad de Cancuén extiende sensiblemente nuestro acervo arqueológico. Monumental, grávida de riquezas, esta ciudad maravillosa espera que le devuelvan el aire. De ello se ocupan ya un equipo de arqueólogos. El proyecto Cancuén lleva ya dos temporadas de trabajo.


Si existe algo de lo cual puede sentirse pedante este país es de su pasado fabuloso. Pero tristemente, cuando se habla del mundo maya –en la televisión, por ejemplo– se insiste a veces en México. Allí hay ignorancia, desde luego, pero una ignorancia explicable: ha quedado ese pasado nuestro inexplorado, inexhibido. El reciente descubrimiento de la ciudad de Cancuén nos conduce de nuevo –antes Tikal- a un éxtasis cultural. Hace unas semanas el Dr. Arthur Demarest –uno de los principales involucrados en el proyecto Cancuén– ofreció una conferencia de mucha potencia acerca de esta esfera arqueológica. Hasta hace muy poco, Cancuén era un hervidero de serpientes. En un futuro próximo, es vislumbrable que volverá a nacer en total esplendor.


Una ciudad nace de lo informe

“Hay cientos de miles de kilómetros cuadrados que no han sido explorados”, asegura, hablando de Petén, el Doctor Arthur Demarest (de la Universidad de Vanderbilt, EEUU), principal gestor, junto al Lic. Tomás Barrientos, del proyecto Cancuén. “Todo el país es un gran sitio arqueológico”.

Es la verdad. Por todas partes del Petén hay ciudades cubiertas; la selva ha echado encima su manta verde y terrosa, sus raíces gentiles y poderosas. Debajo a menudo han quedado estructuras y construcciones, y franquear esa masa de selva tomará mucho tiempo.

El reciente descubrimiento de la ciudad perdida de Cancuén nos pone en contacto con nuestro pasado más prístino. Ahora comienza una larga labor para desenterrar una ciudad única de magnificencia, extraer de lo informe la materia organizada, y restaurar aristas y motivos (de la restauración se ocupa aquí Rudy Larios, el mismo que trabajó en Tikal).

“Estamos como en Egipto a principio del siglo XX”, dice el Dr. Demarest.


La ciudad perdida

Cancuén –el nombre significa “nido de serpientes”– había antes sido estudiada por arqueólogos (Teobert Maler hizo el descubrimiento en 1905; Sylvaus Morley siguió el estudio después; más adelante, estudiantes de la Universidad de Harvard) que sin embargo sólo dejaron bocetos muy parciales y embrionarios.

No fue sino hasta muy recientemente que se dieron cuenta de su immenso poderío en términos arqueológicos. Una ciudad desconcertante y muy original en relación a otras. No tiene propiamente templos –como en Tikal– pero no por ello pierde majestuosidad. El Dr. Demarest y su equipo de investigación –compuesto por profesionales de la Universidad de Vanderbilt y la Universidad del Valle– han mapeado ya cinco kilómetros y medio cuadrados, y apenas empiezan (todavía no han buscado del otro lado del río La Pasión). El proyecto lleva ya dos temporadas; harán falta muchas más.

En términos históricos, el sitio fue muy importante por su condición geográfica. Está ubicado entre Alta Verapaz y Petén, de lado del río La Pasión (en su parte navegable, entendimos). El Dr. Demarest observa: “Allí empieza la verdadera carretera del mundo maya”. En efecto, Cancuén fue un sitio de cuánta importancia en términos comerciales, por donde desfilaba el jade, la obsidiana –el hierro de los mayas–, plumas de quetzales, entre otras cosas.

Cancuén está constituido por cientos de estructuras, casas, un palacio, edificios, canchas de pelota, altos cuartos. ¿Cuánta riqueza histórica?


Una ciudad intacta

Imaginen: una ciudad intacta en el interior de la tierra.

Si nunca se le dio mucha importancia a Cancuén es porque nunca se pensó que fuese una ciudad de tanta envergadura. Observa el Dr. Demarest: “La mayoría de la gente ha pensado que muchas partes del palacio eran solamente plataformas o cerros naturales; en realidad eran partes del palacio.” (Y debajo de éste hay otros tres palacios, anteriores.)

Este desconocimiento ha preservado a Cancuén –hasta cierto punto– de saqueadores.

La ausencia de templos pudo confundir a varios. La razón por la cuál no los hay es que se usaron los cerros naturales como lugares religiosos –en las cuevas quedaron las ofrendas. Y sin embargo, si Cancuén no cuenta con templos, como Tikal, no por ello es una ciudad vacía de interés. Al contrario, esto la hace más bien única. Y además hablamos de un lugar con 600 casas enterradas, un palacio de más de cuatro manzanas –150 cuartos abovedados agrupados en once patios y tres niveles.

El material utilizado, mayormente: la piedra. “No he visto tanta piedra en mi vida”, afirma Demarest. Esa tanta piedra ha protegido tanto el recinto arqueológico como la selva misma: allí no han hecho tala para agricultura los indígenas justamente porque la piedra lo impide. “La tierra es mala”, dicen los indígenas. La selva, ella sí, ha tenido la fuerza para hundirse y procrearse, y hacer suyo el espacio.

Sabemos que Cancuén era una ciudad de opulencia. Son muchos los objetos que allí han encontrado, y no mera quincalla o bric-à-brac. Por ejemplo, objetos de obsidiana (vidrio natural volcánico), como navajas, puñales, excéntricos. O también objetos de jade, de barro. Un vaso, por ejemplo, de cerámica importada de Palenque, lo que da cuenta de los intercambios que se llevaron a cabo entre ambos centros.


Historia viva

“Entender, tratar de ver que los restos ociosos que estamos encontrando fueron los de un hombre, y que ese hombre tuvo pasiones.” Lo dijo alguna vez Carlos Navarrete, en una entrevista. Tal aseveración es extensiva a todo aquello que nos ha dejado el mundo maya: no piedras nomás, u objetos apenas: una cosmovisión, un entendimiento del mundo.

Lucía Morán, colaboradora en el proyecto, relata cómo, al sacar una figurilla de barro del polvo, pudo sentir intensamente como ésta la miraba.


Una dinastía

La historia legada por Cancuén es la historia de una dinastía. El Dr. Demarest asegura que podemos descifrar un pasado que va “por lo menos desde el siglo cuarto hasta el siglo noveno”. Y además se deduce que antes del siglo cuarto vivieron aún varios reyes. De esto se ocupa el experto Federico Fahsen. Éste explica: “Lo más importante de la historia de Cancuén es que tiene un linaje de gobernantes muy antiguo, en comparación con otros lugares del Petén”.

Cancuén fue un centro que practicó mucho la diplomacia. En suma interesante es todo aquello que se aprendió de las alianzas de Cancuén con otros centros como Dos Pilas, Machaquilá, Petexbatún, Teotihuacán, Calakmul, y Tikal. Hablamos de una ciudad prestigiosa, de mucha pompa comercial. El poder de Cancuén derivó de su condición transaccional como ciudad: la riqueza, el comercio, los talleres de productos preciosos, y las alianzas. Hombres vivos, adheridos a una superestructura, a una convivencia, a un sistema regido y azaroso. Como nosotros.


Un proyecto progresista

¿Podemos hablar de pasado sin hablar de presente y de porvenir? No. Un trabajo como el actualmente realizado en Cancuén –de esta magnitud– demanda un compromiso ético con la situación actual del área.

“No podemos según excavando la riqueza maya y dejando de lado a los pueblos muriendo de hambre”, dice el Dr. Demarest.

Comunidades en condiciones de pobreza avanzada, con enfermedades que a estas alturas deberían ser inocuas, y sin embargo en estos rincones esquinados no lo son. La idea –pero ésto aún no se resuelve– es situar una clínica médica para estas personas. Para ello se necesitan fondos (interesados llamar a FUNDATEC).

Por cosas como ésta es se ha decidido entregarle al proyecto Cancuén un matiz social. Una de las metas es incorporar a las comunidades circundantes del área al proyecto, y de tal suerte generar fuentes de trabajo.

Así, por ejemplo, se ha implantado un sistema de guardianía local por turnos bastante efectivo, para evitar el saqueo. Se hizo convenio con la aldea El Zapote, y cada vez hay cuatro hombres de la misma que van rotando, cuidando. En lugar de tener a dos personas del ministerio (¿contra cuántos armados?) para vigilar el sitio, se ha implantado este sistema. Es básicamente más eficaz, pues si alguien intenta robar, en poco tiempo tendrán delante a unos sesenta furibundos hombres de la aldea con machetes. Éste puede ser un modelo de guardianía para el futuro, para otros parques.

Y mucha falta hace, pues si es verdad que la ciudad de Cancuén se ha preservado en cierta medida de saqueadores, sí que ha habido saqueos (en los años cincuenta y sesenta, muchos). El Dr. Demarest muestra la foto de una estela derruida por los sicarios. No puede uno sino sentir un escalofrío al ver esta piedra sin vida, cercenada por la motosierra.

Por lo demás, se intenta guardar no sólo la ciudad y sus tesoros, sino además la selva fértil y sus habitantes cotidianos: zaraguates, tepezcuintles, y otros: la riqueza natural y profunda del área.


Turismo y naturaleza

El proyecto Cancuén busca entenderse con una forma de turismo ecológico. Lo sabemos todos: el país necesita echar a andar el ecoturismo como magneto de atracción. Es obvio que poco podemos competir con un sitio como Cancún, en términos de infraestructura, pero quizá podríamos ofrecer al turista una alternativa no por ello menos ubérrima y atractiva: Cancuén.

El Ministerio de Cultura tendrá muchas dificultades para mantener un parque nuevo de esta magnitud. No es para menos, si apenas pueden con Tikal, por falta de fondos. Por tanto lo más sabio es establecer un parque de corte ecoturístico. Podría llegar a convertirse en un sitio paradisiaco: bautizado de follaje, tupido de selva, vecino del río y con cuevas, montuosidades verdes, pozas... Un verdadero enclave de la ruta maya, que muy bien podría llegar a conectarse con otros importantes centros históricos.



La Joyanca, otro sitio arqueológico


La Joyanca es un sitio de contenido arqueológico ubicado en el noroeste del Petén, cuyo rescate se lleva hoy a cabo por medio de la colaboración del gobierno francés y sectores del país, como lo son el IDAEH (Insituto de Antropología e Historia) y la empresa Basic.

La idea es conformar allí en el futuro un área protegida de matiz ecoturístico. Para el caso un equipo técnico de 15 investigadores –franceses, guatemaltecos– y un cuerpo de trabajadores locales está realizando la limpieza del sitio, removiendo tierra y delimitando lo que una vez fue una ciudad maya, para su restauración. El trabajo apunta a la vez a un reconocimiento vía satélite del área.

Perteneciente a la época clásica, la Joyanca rinde información de un lugar que fue una vez edificada por gente próspera. Digamos que La Joyanca fue una coordenada importante en el mapa maya del área (allí encontraron más de cien esculturas), aunque bien una ciudad secundaria, que giraba alrededor de otra de mayor intensidad humana y política. Por lo que el equipo de investigadores ya mencionado se pregunta en donde puede estar la ciudad matriz, el centro político rector.

Pensaron en un momento que este centro podía ser El Pajaral, otro de los lugares investigados por el equipo mencionado. Sin embargo, tampoco ésta era la ciudad buscada, aunque sí una ciudad muy interesante, que lamentablemente ha sido saqueada no poco.

Según Salvador López, uno de los arqueólogos participantes, “El pajaral es monumental; pero tenemos que buscar alternativas de sitios que sean mucho más grandes, que tengan estelas, juegos de pelota”. Una teoría suya es la siguiente: “El Pajaral podría ser una zona franca, un área en donde gobernantes de varias ciudades convergen”. Por lo mismo, los investigadores se van a dedicar a mapear otros lugares, entre ellos el sitio arqueológico llamado El Perú.

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