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Félix de Azúa : “Todo lo que quede por debajo de mil me parece poco”

Félix de Azúa es uno de los innegables. Qué maestro. Y yo lo entrevisté. La nota del link:

http://www.elperiodico.com.gt/es/20050206/14/12580/


Félix de Azúa (1944) está equipado con un módulo ATC: Acervo Teórico Considerable. Por fortuna, a la vez, cuenta con la suficiente incendiaria ironía para hacerlo volar en pedazos… Creador de libros de ficción como Mansura, Demasiadas preguntas, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), y de una obra ensayística muy despierta (Salidas de tono, El aprendizaje de la decepción, La Venecia de Casanova, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Lecturas compulsivas), este autor barcelonés es una coordenada obligatoria en la escritura española actual.



Uno se queda con la sensación de que los respectivos personajes de "Historia de un idiota contada por él mismo" y el "Diario de un hombre humillado" son caricaturas, demencias, delirios, pero delirios tremendamente reales, casi o acaso experimentados. ¿Cuánto hay de Félix de Azúa en estos personajes?
Casi todos los novelistas coinciden en una experiencia común: sus personajes están construidos a partir de la experiencia cotidiana. Creo que fue Dostoievsky quien dijo que Raskolnikof era, en realidad, su cuñada. Su duda me halaga.

"Momentos decisivos" es una novela muy distinta, en tema y estilo, al "Diario de un hombre humillado", por ejemplo. ¿Es importante para usted esa distancia entre una novela y otra? ¿Es una distancia muy conciente, un movimiento calculado?
Sí, naturalmente. “Momentos” es un folletín lleno de lugares comunes, una telenovela, con el fin de disponer unos “cuadros” (como en una galería de pintura) sin que el argumento se interponga. Finalmente, se trataba de mostrar la trivialidad (trágica) de tres asuntos modernos: el arte, la ideología nacionalista y la vida en Barcelona durante el franquismo. El “Diario” más bien se acerca a una película serie B de los años cuarenta y es en blanco y negro.

Tanto en la apretada trabazón de su tesis doctoral, "La paradoja del primitivo", como en las entradas de su apetecido "Diccionario de las Artes", pasando por los ensayos lucidos de "Lecturas compulsivas" y su "Baudelaire", usted ha explorado anchamente la obra ajena. ¿Cómo puede el ensayista evitar el riesgo de volverse un mero profesional del arte, de la literatura, un experto?
No se puede evitar. Eso sin duda me ha sucedido. Y puede ser la causa de un cierto extrañamiento hacia la novela o la narrativa en general. Es verdad que cada día me resulta más difícil leer novelas, ¡tanto más escribirlas! Sin embargo, creo que hay una tercera oportunidad, a partir de los sesenta años, de construirse una ingenuidad nueva. En eso estoy trabajando.

¿En qué circunstancias escribe usted un artículo, un ensayo, el capítulo de una novela? ¿Qué lo hace privilegiar un género más que el otro, en un momento dado?
El artículo (lo dijo el gran Ferlosio) surge de la indignación y es una intervención puntual que trata de cumplir con el deber de todo ciudadano: contribuir a la dignidad de la Polis. El ensayo obedece a largos periodos de observación, movidos por una curiosidad pasional. La novela es un modo de sacudirse los fantasmas de encima.

¿Cuál es su rutina, horario, ceremonia como escritor?
Trabajo mejor por la mañana, pero lo cierto es que acabo por caer en rutinas que no me ayudan sino que me asfixian, de modo que voy cambiando continuamente las ceremonias, lo que me conduce a una vagancia absoluta.

¿En qué ciudad, o ciudades, le gustaría a usted nacer? ¿En qué ciudad, o ciudades, le gustaría a usted no nacer?
De haber tenido exactamente los mismos privilegios que tuve al nacer en mi país, me habría gustado mucho nacer en algún pueblecito suizo sólidamente aburrido, mineralizado, vacuno. Por supuesto que no me habría gustado nada en absoluto haber nacido en El Cairo, ni siquiera con todos los privilegios imaginables.

He podido notar una fascinación inagotable en su obra (tanto de ficción como crítica, aunque también, si no me equivoco, docente) por el arte, pero a la vez un cierto asco, una ironíairremediable, hacia éste. ¿Por qué escribir sobre lo inútil, por qué agregar, para qué interrogar a la poesía desde fuera de la poesía?
Porque el arte no son cuadritos, ni conciertos para ocarina, ni sonetos a la muerte de su prima. El arte es exactamente lo mismo que la ciencia, pero trabajado desde otro mundo, y posiblemente desde un mundo muerto. Los problemas del arte son los de la ciencia, las preguntas que plantea el arte son las de la ciencia. Y cuando digo “ciencia” quiero decir “ciencia filosófica” porque no hay otra ciencia. El arte es una actividad significativa, es nuestro significado construido. Y apenas tiene nada que ver con lo que aparece en las secciones de Arte de los periódicos.

Arte y política son los dos extremos que ya no se juntan. Marx y Rimbaud se han dado el mutuo escupitajo formal. Sin embargo, aún novelas suyas como "Cambio de bandera" se interesan en ampliar ciertos momentos políticos, históricos, con el cristal de la literatura. ¿En qué consiste este interés?
En los fantasmas. “Cambio de bandera” es una venganza. Los nacionalistas vascos, que se presentan como gente democrática y civilizada, trataron de rendirse durante la guerra civil española a las tropas italianas y convertir las provincias vascas en un protectorado de Mussolini. El asunto está perfectamente documentado, pero los nacionalistas vascos lo ocultan como pueden. Yo entonces vivía en el país vasco y veía, todos los días, como los nacionalistas radicales asesinaban a gente común y corriente, incluidos niños. Algo tenía que hacer.

En un website, un lector describe su novela "Momentos decisivos" así: "muy útil", dándole en el acto tres estrellas sobre cinco. ¿Reacción?
No lo sabía. ¿Cuál es la web? ¿Qué nota le da a Benet?

Vivos y españoles, ¿a cuáles escritores usted respeta?
A mis amigos y al más grande prosista tras la muerte de Juan Benet, Rafael Sánchez Ferlosio.

Tiene usted medio siglo de vida. ¿Le llama la atención vivir otros cincuenta?
Todo lo que quede por debajo de mil me parece poco. No da tiempo para enterarse de nada.

¿No tiene usted a veces miedo de morir como Balzac, hablándole al doctor Bianchon, delirando de literatura, o peor todavía, asaltado por un verso propio?
Ya no se muere así, aquellas eran muertes humanas. Moriré como se muere ahora, atado a una máquina que me mantendrá en estado vegetativo hasta que una mano amorosa me desenchufe. Eso, claro está, si no me adelanto y les ahorro la fiesta.

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