El buen Fidel, de Siglo XXI, me pidió un texto para ilustrar una foto (y no al revés) de unas luces navideñas (navidad del 2007). Aquí el texto que le envié.
De acuerdo a las últimas estadísticas, la cantidad de odio per capita en Guatemala duplica cuatrocientas veces el promedio normal. El odio es una energía muy poderosa. Lo cuál significa que en un mero ciudadano–odiante hay suficiente energía (en este caso negativa, pero potencialmente utilizable) como para sostener toda la iluminación ornamental de la ciudad del Valle de Guatemala durante estas navidades. Por tanto, en lugar de matar a los asaltantes de centros comerciales, deberíamos enchufarles conductores a sus axones neuronales y hacer de ellos fuentes perennes de bioelectricidad, convirtiéndolos en el acto en servidores sociales. O en todo caso podríamos usar su corriente eléctrica para freír ecológicamente en la silla eléctrica a otros facinerosos de la misma especie. ¿Para qué hablar después de todo de una petrolera estatal, cuando contamos con una nutrida población de sicarios y mareros? Estamos seguros que Al Gore –Premio Nobel– estaría de acuerdo con nosotros.
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