Me pidieron –hace rato ya, en 2011, creo– este encargo, sobre rafting,
para el primer número de una publicación nueva con temática de outdoors en CA.
Ignoro si al final la revista salió o no salió (nunca me dijeron nada). En fin,
me encontré accidentalmente con el texto en mi disco duro, ahora lo cuelgo.
La Avenida
Reforma es, a su modo, un río. A esta hora, más bien un río sin esperanza, un
río muerto: los automóviles sencillamente no circulan. Y aunque desde el piso
once de mi edificio –en esta mutante, remutante y rematante ciudad de
Guatemala– no alcanzo a ver los rostros de los conductores, hay que suponer que
la mayoría van bastante irritados, y algunos quizá ya directamente enchamucados,
y a lo mejor ya están sacando la glock de la guantera.
No dejo de
entenderlos. Digamos que hay días cuando las relaciones diplomáticas entre uno
y la ciudad no tienen nada que envidiar a las de Washington–Teherán. Lo que uno
quisiera es irse de rafting al Cahabón.
–Lo que yo
quisiera es irme de rafting al Cahabón.
Le digo a mi
mujer, que está regando las plantas.
Y ella sabe de
qué estoy hablando: ambos nos fuimos hace unos años en una aventura de canotaje,
que rindió sus frutos. Un evento para nada indigna de poner en la propia biografía.
El Cahabón, con sus múltiples trayectos, algunos más excesivos que otros;
seguramente el que nosotros hicimos no fue el más hardcore de los posibles –era
nuestra primera vez– pero igual rezumó ciertas emociones muy elevadas, muy convincentes…
Aún resuenan en
mis oídos las indicaciones –taxativas, continuas, casi agresivas– del guía.
Para embestir la espuma múltiple y blanca, se precisa una dirección clara. El
esfuerzo de domesticar la balsa de goma, y de conversar con las pujanzas del
río, demanda un grado excitante de coordinación. Por supuesto, antes nos dieron
una inducción teórica, no es que te sueltan y allí mirás que hacés... Se le da
mucha importancia a la seguridad; por tanto te entregan un casco y un chaleco
–que huele a diablos, seguramente resultado de los mil previos remadores que lo
usaron y sudaron y resudaron. Todo sea por la gloria del remo.
Nos dijeron
varias cosas en esa charla, y una de ellas que se me quedó atornillada en la
cabeza fue que, en caso uno cayera, había que poner los pies para arriba y para
el frente, cuestión de no destaparse la rodilla en flor, contra una roca
posible.
Ya en el río, nos
fuimos adaptando decentemente al sistema, y maniobramos bien. La forma de usar el
remo y el propio peso de uno son factores cruciales. También está la
camaradería, el trabajar en equipo: un mínimo de sensibilidad gregaria. Y
asumir el propio rol, dentro del raft, con entrega. Un ejercicio de
concentración que te remite necesariamente al instante presente: por tanto adiós
estrés, adiós cuentas por pagar, adiós crisis financieras del mundo. Inclusive
es posible adquirir ese estado que el autor húngaro Mihaly Csikszentmihalyi llama
flow: una experiencia de
participación radical y gozosa en el proceso inmediato de la vida.
Por momentos,
el viaje se convierte en algo muy pacífico, muy pacífico. Es posible apreciar
el entorno natural. Toca apreciar las coyunturas de la roca, las veteranas
vegetaciones, un puente tal vez. Bueno dejarse deslizar encima del agua
neutral, que va creando momentos redondos de espuma, o se aherroja en zonas
líquidas que son asombros. La balsa de goma se adapta a las inclinaciones y los
détours con persuadida maleabilidad,
mientras que los que vamos remando sentimos un pájaro de aire en el rostro
extasiado. El sol para mientras se distribuye en mil lentejas de luz, sobre el
agua tan dulce.
Por supuesto
hay momentos más frenéticos y existenciales. Es cuando se da una radicalización
de tus sentidos, una tensión de todo tu aparato muscular, una conferencia
sináptica en tu neocórtex. En uno de esos momentos, a veces sales despedido de
la balsa, y caes de lleno en el agua indomada del Cahabón. Exactamente lo que
me ocurrió a mí.
Lecciones de rafting
El rafting se
hace en los llamados ríos de aguas blancas –llamados así por la espuma que
generan, cuando se arremolinan. Los rafts, tal como se conocen hoy en día, son
balsas neumáticas, y son ellas sí quienes van llevando a los entusiastas del
canotaje entre las corrientes benignas o violentas.
El rafting tiene
muchas funciones en la vida. Por ejemplo, tiene una función puramente
recreacional. Tiene otra razón glandular y adrenalínica. Una función turística.
Otra que es deportiva y competitiva. Por supuesto, está la comercial.
Es un deporte
ajustadísimo a las expectativa de cualquier amante de la naturaleza, más cuando
se combina con noches abiertas de camping. Nos pone ciertamente en contacto con
la tierra y el cielo, despierta en nosotros el instinto ecológico (no resulta
extraño que el Campeonato Mundial de Rafting Costa Rica 2011 tuvo como meta ser
el primer evento de esta naturaleza en ser neutro en emisiones de carbono). Y nos
recuerda la frase de Thoreau: “Todas las cosas buenas son salvajes y libres”.
El rafting no
es una opción floja para los amantes de los deportes extremos. La extremidad en
rafting se mide en grados, categorías, clases de dificultad. Desde la mansa
clase I hasta la empoderante clase VI, la cual solo admite, iniciáticamente, a personas
con mucha habilidad.
Pero el
rafting es un deporte de hecho bastante democrático. Con algunas salvedades
obvias (como la edad, o el saber nadar) son muchos quienes están en posibilidad
de practicarlo. No necesariamente se precisa ser un freak suicida para hacer
rafting. Se puede encontrar las condiciones adecuadas para quienquiera,
inclusive personas sin preparación física especial. Mayores y niños son
bienvenidos. Muchos lo toman inclusive como una actividad familiar. Y está la
libertad de hacer una aventura de rafting de varios días, o bien un viaje corto
y expeditivo.
Syd Shaw, un
entusiasta guatemalteco del rafting, lo explica muy bien: “El rafting se
distingue de otros deportes de aventura por proporcionar a sus participantes
una aventura simbólica; una sensación de vivir momentos únicos y excepcionales,
con riesgos y peligros controlados.”
Se puede decir
que el rafting es para locos y para mansos por igual. “Y por supuesto que
existe una gama de posibilidades en medio de estos dos extremos”, elabora Ramiro Tejada, quien está al frente de una de las
empresas más longevas y exitosas de aventuras outdoors en el país (Maya
Expeditions). “La mayoría de los viajes comerciales alrededor del mundo son de un
tipo intermedio, con bastante emoción, pero no tanto riesgo, aunque por
supuesto que los hay en ambos extremos también”.
Agrega Tejada:
“Para que un viaje sea considerado de alta calidad,
lo más importante es que los guías estén verdaderamente capacitados y puedan
brindar seguridad, diversión y emoción. Luego viene el servicio y
atención, que está en los detalles. Por supuesto que es indispensable también
contar con un equipo adecuado y en buen estado, y una logística de apoyo bien
organizada.”
Accidentes, los
hay. El rafting no está inmune a las leyes del karma. De vez en cuando pasa lo no
planificado: la basa se desinfla, o alguien se lastima. Pero hay algo de todos
modos relativamente estable y seguro en el rafting, al menos en comparación con
otros deportes extremos. Ramiro Tejada dice que en todo el tiempo que lleva de
hacer rafting sólo ha visto tres accidentes realmente serios.
Un aspecto
interesante del rafting es que se trata de un deporte necesariamente comunal.
No resulta extraño que hayan compañías de rafting que ofrezcan clínicas de
teambuilding, a compañías y comunidades. Es una manera maravillosa de crear sinergia.
El canotaje eleva el compañerismo, inclusive en contextos de rivalidad. Observa
Ramiro Tejada: “Cuando se hacen campeonatos de rafting,
siempre hay un ambiente en que priva la camaradería entre todos los
competidores”.
El
rafting despierta en nosotros un sentido de conexión. Y nos enseña un par de
las cosas sobre la vida, caudal ella también. Lo dice la maestra zen Charlotte
Joko Beck: “No hay forma de aislarse del río”.
Rafting Guatemala
Los ríos y
caudales del mundo se unen para la aventura del rafting. Desde el Zimbazi, en
Zimbabwe, hasta el Sun Kosi, en Nepal, pasando por el Middle Fork, en Idaho, la
tierra nos ofrece las aguas necesarias para este deporte, en plurales
latitudes. El rafting se ha transformado en una experiencia mundial. Lo cuál se
refleja en el hecho de que posea su propia federación (International Rafting
Federation) y empuje campeonatos globales periódicos.
En el
continente americano, hay ríos apropiadísimos para hacer rafting, como el
Upano, en Ecuador, o el Futaleufú en Chile. En Centroamérica, ríos como el
Cangrejal, en Honduras, o el Pacuare en Costa Rica, en donde ocurrió por cierto
el Campeonato Mundial de Rafting 2011.
En Guatemala,
el canotaje empezó a darse hacia mediados de la década de los ochenta, nos
explica Ramiro Tejada. Jóvenes aventureros se embarcaron
en actividades que entonces eran poco conocidas localmente, como el rafting y
la espeleología. En 1986 se hace el primer descenso del río Cahabón, hoy
el más famoso de Guatemala para esta actividad.
Otros
dignos ríos guatemaltecos para canotaje son el Nahualate, el Coyolate, Los Esclavos,
y el Río Usumacinta, que según explica Tejada, “no tiene muchos rápidos, pero
la selva y la arqueología lo hacen una expedición fabulosa”. Lo mismo el
Chiquibul, “con rápidos muy suaves pero naturaleza increíble”. Algunos de estos
ríos, como el Cahabón, son navegables durante todo año; otros, más
estacionales, dependen en buena medida del invierno.
Varias
empresas ofrecen el servicio de rafting en Guatemala, empresas como Maya Expedition, Gravedad Cero,
Guatemala Rafting, ADETES (Asociación de Desarrollo de Turismo Ecológico
Saquijá, una cooperativa formada por personas de origen kekchí, que viven a la
orilla del río Cahabón).
Bautizado
Tejada
explica: “El Cahabón, por sus características de paisaje, caudal, tipo de
rápidos, y el hecho que mantiene un volumen apropiado para navegarlo todo el año,
sigue siendo el número uno y es el más famoso de Guatemala. Según la revista
Paddler –revista especializada en este deporte– está entre los diez mejores
ríos tropicales del mundo.”
Hace
25 años, el mero hecho llegar hasta el río Cahabón era ya de sí una aventura. Hoy
el camino está asfaltado al 90%. “La logística de los viajes en aquellos
tiempos era sumamente complicada, pero eso le daba un especial romanticismo”,
continúa Tejada.
El
Río Cahabón penetra encrespado el Departamento de Alta Verapaz. Un destino
turístico muy dulce. Y un auténtico útero ecológico (aunque quizá no el mismo
de hace unas décadas, cuando presentaba regularmente nutrias y tortugas).
Y allí, en el torrente glorioso del río
Cahabón, fue donde yo caí, ante la mirada atónita de mi esposa, que iba conmigo.
La balsa de goma me sacudió como un potro enfebrecido. Pero es curioso lo que
ocurre en esta clase de situaciones: es como si algo distinto a uno tomara las
riendas, una especie de inteligencia espontánea que no es otra cosa que la
inteligencia hiper–asertiva del organismo cuando se halla en una situación de mucha
vulnerabilidad. Esta energía incomunicable hechiza todo el circuitaje nervioso
y lo pone en estado de finísima sensibilidad. Y hace que uno se mueve entre
sistemas complejos de opciones y posibilidades, para hallar el medio de vuelta
a la estabilidad, y a la calma. No sé cómo, pero conseguí incorporarme de
vuelta en el raft.
No puedo pensar en un mejor bautizo
que éste. Como seres humanos, hacemos lo imposible por no caer en situaciones
de contingencia, por no mojarnos. Todo lo queremos seguro, cómodo y sin riesgo.
Mi mujer y yo estamos viendo desde el
balcón el tráfico descomunal que hay en La Reforma. La Reforma es un río, pero
allí no hay vida.
–Este fin de semana nos vamos de
rafting –le digo, simplemente.
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