Le llamábamos Pérez. Hoy le llaman Rigo Pex. Rigo porque dijo que se llamaba
Roberto, pero alguien escuchó Rigoberto. O por Rigoberta. Se autodescribe así: “científico
loco en un laboratorio sonoro en medio de una isla tropical”.
El viernes de
la semana pasada, quedamos en juntarnos con el dj guatemalteco Rigo Pex en Los
Lirios, justo antes de su set. Los Lirios es uno de esos lugares del circuito
de bar hopping de la zona 1.
Rigo Pex (su nombre de pueblo originario:
José Roberto Pérez) dará un toque en un rato, uno de tres que
vino a ofrecer al país, con los cuales termina de hecho una gira
latinoamericana.
Pide michelada,
irradia buena onda. Le preguntamos cómo le fue la noche anterior. “El chavo que
me abrió tronó los twitters” (los agudos del amplificador). “Pero el lugar
estaba repleto”. No faltó el clásico simio que ya subido en el escenario empezó
a decirle que no hiciera el ridículo. “En otros lados, si les gusta se quedan,
y si no, se van.”
También dice:
“Llevo quince años en el negocio de la música: lo que hago no lo hago para
pegar.” Y sin embargo, pega. Es un dj apreciado en las ciudades reventadas del
mundo, porque sabe cómo interseccionar con el espasmo del momento.
Guatemala/Barcelona
Ya a los
quince, Rigo Pex había vivido como en diez casas distintas: zona dos, en la
catorce, zona uno, en la zona cinco… “Cuando crecés con tan pocos parámetros de
estabilidad, no te sentís orgulloso de ser nada en especial. Más bien, te
sentís orgulloso de poder comunicar con todo tipo de gente.”
En Guate, se
le recuerda a Pérez por su bar y paca premium de Cuatro Grados Norte llamado
Suae, por sus intervenciones en las bandas Pealcubo y Chichicúa, por aquella
placa llamada Democracia Sonora, por
las primeras fiestas del Rave del Castillo, por empujar el festival Tripiarte
en Correos. Pérez –así le llamábamos– era su locura y su vestir. No le iba mal.
Pero a su modo de verlo “aquí en Guatemala como que era muy cansado todo: allá
la gente está más interesada”. Allá siendo las Europas. La mutación de Pérez
requería un caldo de cultivo muy especial: Barcelona. Se mudó y transición
bien: trabajó para revistas, fundó colectivo (MicroBCN), intervino en el mundo
de las galerías, se convirtió en squatter, se intoxicó de underground, hizo,
bueno, amigos. “Yo flipé con el sentimiento de amistad que hay en España.” Se
diría que Rigo Pex llegó a ese país en el momento correcto. Hoy el momento se
ha tornado más bien incorrecto, con la crisis y todo, lo que no deja de
preocuparle, “porque cuando hay un momento de crisis, hay un momento de introspección
de valores, y yo no entro en ningún valor español”.
Método en la locura
Rigo Pex posee
los ingredientes justos: personalidad, humor, tecnología.
Latinea y
europeiza: su música, una licuación de dos continentes. La neurocumbia y el mutante
reggaetón. “Lo que yo quería era estar alegre”, explica. “Empecé a mezclar
elementos del reggaetón con sintes. En ese tiempo no lo hacía nadie. Ahora ya
lo escuchás en canciones de House Ibiza. Pero hace cuatro, cinco años…”
Nada
decepcionante la manera en que Rigo Pex mancuerna lo desnudo y lo digital. “Me
gusta crear mezclas imposibles que
suenen bien”.
Y eso gusta
mucho a la gente. Eso, y el amor al performance energético, que incluye a veces
el quedarse en bolas. Ya sexualizado por la música pixelante (“yo soy una
persona altamente sexual”, dice) termina con los coyoles al aire. Rigo Pex se
puso muy pronto a la altura de una generación que había crecido con Crookers,
Fake blood, Steve Aoki, y ya nada sabía de escuchar bandas, sino más bien iban
a los clubs y se pasaban dos horas haciendo pogo con tecno. “Y yo entré desnudo
con una gameboy. Era alegrísimo.” Así fue como Rigo Pex les fue metiendo su
sonido en la sinapsis, hasta convertirse en el Maximón del 8–bit. A los
Europeos les ha gustado Rico Pex por tecnoguarra, por ir de rockstar en
chiptunes, por andar de maniaco con su gameboy, por el humor naco, porque da
siempre con las zonas erógenas del cerebro musical, por bailar como si todos
estuvieran viendo.
Pero aparte es
muy serio, muy formal, muy acabado en lo que hace (lo dice Polonio: “Aunque
parezca locura hay sin embargo método en ella”).
“La gente cree
que soy un vividor de noche que le pela todo. Pero la verdad es que si te drogás
el jueves o el viernes, el sábado no estás allí. Y este es un trabajo en donde
te pagan mil euros por una noche. Clubs de quinientas personas para arriba.
Cosas serias.”
No, Rigo Pex
no es esa demencia en popper que uno imagina, sino inclusive una cosa nerdal.
En lo que hace hay tecnología, investigación, y savoir faire. Y un montón de
trabajo: si algo, Rigo Pex se ha partido el lomo en la subcultura electrónica. Un
inmigrante que dentro de su propia inmigración sigue migrando todo el tiempo:
de toque en toque, de búsqueda en búsqueda, siempre moviéndose. “Allá hay un
mercado grueso. Y lo que hoy está de moda mañana ya no.” Así que prohibido
dormirse en los laureles. Pero eso no le cuesta a Rigo Pex: “A mí me gusta
tocar: en los primeros años toqué setenta veces, de las cuales cuarenta fueron
gratis”.
Rigo Pex ha
publicado discos como Santa Nalga o Bitnik (en vivo), y viene en camino Larele, con el sello Subterfuge. Hace
dos años que Meneo vive solo de la música. Se prevé Meneo para rato.
Outro
Foto: Andrés Vargas |
El bar Los
Lirios se ha ido llenando de mara, hasta socarse. La temperatura ha ido
aumentado, demónicamente. Pronto se subirá Meneo al escenario. Dejará a la mara
sudando y cachonda.
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