Bienvenidos a LAS PÁGINAS VULGARES. Cositas periodísticas de Maurice Echeverría.

El mandala de Irene

http://www.elperiodico.com.gt/es/20100523/elacordeon/152961/

Muchos de los mejores pintores de Guatemala son de hecho pintoras. Y allí está Irene Carlos como prueba manifiesta. Su compromiso con la expresión es genuina; sus cuadros, experiencias contemplativas de colores fulminantes.

A punto de inaugurarse ­su muestra Hacia Paxyl, en la Galería Ana Lucía Gómez, no hay un mejor pretexto para acercarnos al universo de esta artista.


Arte

En la familia de Irene Carlos hay muchos artistas. Por ejemplo, su hermana, Ana Carlos, es productora de tevé y cineasta. O está su hermano, que es escultor. Es de inferir que este entorno sensible alguna cosa tuvo que ver con la apertura artística de Irene. En los setenta, las hermanas Irene y Ana se dieron al teatro, bajo la influencia de un argentino que llegó a Guatemala: Giacco Gigi. “Fue una persona clave para mi hermana y para mí”, comenta Irene. “Él nos abrió las puertas al arte de corazón”, agrega. “Yo a él le estoy agradecidísima y yo se que mi hermana también”, dice. “Me ayudó a romper un montón de trabas”, explica.

Se hacían muchos ejercicios físicos de soltar y sentir, comunicación grupal, juegos de interpretación: Stanislavski. De eso salieron varias obras teatrales, ­–Juguemos a jugar jugando fue una de ellas. Irene tenía diez y nueve años.

Una época de revelaciones y descubrimientos. Irene se mantenía junto a su hermana y junto a los amigos de su hermana, mayores que ella; allí se sintió acogida. Viajes a Atitlán, conversaciones sobre arte, drogas por supuesto: “En una piedra podías ver el universo entero”.

“Éramos como hippies, sin ser hippies”, señala.

“Mi papá no sabía de nuestro mundo”, comenta Irene. Nunca supo, por ejemplo, que las dos hermanas participaron en una obra de teatro para la Huelga de Dolores –Barajo, se llamaba esta obra–. Por primera vez en la historia de la Huelga de Dolores, aparecían mujeres en una obra, explica Irene. Ella recuerda la experiencia: “Estaba que rugía el teatro”.

Cuando Irene empezó a trabajar seriamente en el arte, lo hizo por medio del textil, un arte sensual de fibras y olores. Todo empezó así: durante una exposición realizada en el Museo Ixchel, Irene pudo contemplar extasiada un tapiz de Miró. Así empezó esa pasión por los textiles.

“Fueron como seis, siete años en que me involucré totalmente con el tapiz”, relata Irene. “Pero en Guatemala no sentía yo que hubiera ningún tipo de apoyo para eso. Ni siquiera lo consideraban un arte. Incluso hubo una cláusula una vez en Juannio que decía que no se aceptaban tapices. Como yo era la única que estaba haciendo tapices en Guatemala, me pareció un poco personal.”

Los trabajos de Irene se fueron migrando más hacia la escultura. Digamos que la escultura fue una segunda fase en la creación de Irene Carlos. Y luego se dio una tercera etapa, la etapa de la pintura. Es en esta etapa en donde se encuentra ahora.

¿Quiénes marcaron la visión pictórica de Irene? Para empezar, Kandinsky. Pero también los impresionistas, los impresionistas como Monet: “Su manera de manejar el espacio, qué maravillosa manera de dimensionar”. Y aparte el expresionismo abstracto: gente como de Kooning, o Kline, o Motherwell. “Siento que eran como muy honestos”, dice Irene.

Y están los maestros locales. El genio Ramírez Amaya fue uno de ellos. ¿Cómo fue esa relación entre el incendiario Amaya y la dúctil Irene? “Fue una relación de mucho respeto”. “Yo no he visto su película y no la quisiera ver, porque yo conozco otra faceta de Arnoldo”, agrega.

Elmar René Rojas fue otro gran mentor. “El grupo Itzul lo fundamos en honor a Elmar en agradecimiento por recibirnos en su taller sin cobrarnos durante mas de un año”, dice.

Irene es a estas alturas una artista consumada por derecho propio. Sus composiciones cromáticas son muy logradas. Entonces hay que preguntarle: ¿cómo es que se hace uno amigo de los colores, cómo se consigue la lealtad de éstos? “Sin miedo”, responde. “No tengo esa formación académica, en donde te dicen este color va con éste y éste con éste. Mi trabajo es absolutamente intuitivo. Y entre menos pienso en eso, mejor.”


Religión

En los retiros, Irene siempre se pone en la primera fila, como las buenas chicas.

Es budista; no católica. Es decir: estudió en un colegio católico, pero nunca se consideró tal.

En algún momento, su abuelo le regaló un libro de Indra Devi, sobre yoga. Le pareció increíble eso de que se pudiese transformar el cuerpo y la mente con determinados ejercicios y un cambio de dieta.

Más tarde, leyó a Edward Conze y leyó el Bardo Thodol, el llamado Libro Tibetano de los Muertos.

Cuando vino el maestro budista mexicano a Guatemala, Marco Antonio Karam, todo encajó. Su vocación religiosa estaba decidida.

¿No hay conflicto de intereses entre la práctica espiritual y la práctica artística? “Para nada”, responde. “Más bien quisiera que mi práctica espiritual tuviera más ingerencia en mi trabajo artístico”.

En el año 2007, Irene presentó la muestra “Los cinco elementos” –los cinco elementos son: aire, fuego, agua, tierra, y espacio, el quinto elemento– basada en la apreciación tibetana de estas dimensiones naturales. Se pasó leyendo sobre ello durante meses y haciendo prácticas de meditación específicas y relacionadas a las mismas.

En cierto modo, para Irene pintar es una forma de meditación. “Hay momentos en donde hay inmersión completa en tu material. No hay dualidad entre materia y pintor. En el momento que empezás a conceptualizar se baja todo. Esos momentos de espontaneidad son los que hay que llegar a sostener, con más frecuencia”.

Hace unos años nomás, Irene fue a la India. Se dirigió a lugares que tenían “campos de energía muy especial”.

En Dharamsala, Irene Carlos busca a un monje llamado Dagri Rinpoche, pero no tiene idea de cómo encontrarlo.

Lo improbable ocurre: Irene sobreescucha a unas personas hablar en español; como no ha hablado en español en meses, decide abordarlas, y conversar con ellas un rato. Hablando, se entera que esta persona tienen una reunión privada con… ¡Dagri Rimpoche! “¡En un lugar en donde habían miles de miles de miles de personas!”, se reasombra Irene. A los pocos días, Irene se encuentra con el monje.

Irene cuenta otra anécdota de su viaje a la India. Muy cerca de Sopema, el maestro Chetsang Rinpoche estuvo cinco días dando una serie de enseñanzas e iniciaciones a miles de gentes. “Sucedían cosas”, Irene asegura. “Por ejemplo, cuando ves las fotos que fueron tomadas, notás que encima de las cabezas de las personas, hay miles de bindus, que son pelotitas traslucidas, algo así como bombas de jabón luminosas que están flotando. No lo podés creer. No es una cosa de la cámara porque muchas personas tomaron las mismas fotos”, relata Irene.

Sin duda, Irene es una Creyente: “Traspasar paredes, volar por los aires… Todas las historias que uno lee en los cuentos y que uno no cree, yo sí las creo”, afirma.


Vida

“Mi papá era un hombre poco convencional. Tenía una personalidad muy fuerte. Se quedó huérfano de padre y madre a los siete años.” Irene está hablando de su papá, de cómo éste sostuvo a siete hijos y a su madre.

“En lo social, mi papá también era poco convencional. En la mesa todo el mundo se podía sentar. No habían categorías de personas.”

El padre de Irene era finquero, en San Marcos. De acuerdo a Irene, él tenía una reserva ecológica antes de que se hablara de ecología; había veda de venado, no se podía matar ni una iguana ni un lagarto. Con la llegada de los azacuanes, se ponían como de nieve todos los árboles.

“Mi papá nunca nos crío con la palabra Dios. Viendo el atardecer, él decía: ésta es la comunión”.

Así que Irene pasó buena parte de su infancia en el campo. Gran respeto por los vaqueros: “Nuestros primeros héroes”. Allí estaba Irene subida al caballo, metida en los ríos, cada día una aventura. Esa experiencia de infancia le enseñó alguna cosa sobre ser valiente.

A los 19 años, se fue de casa. Y desde entonces trabaja como freelancer. Excepto esa vez, cuando trabajó en publicidad; pero al ser despedida a la semana solamente de ser contratada, lloró tanto que dijo nunca más.

Nunca buscó a alguien que la mantuviera, eso nunca fue una prioridad para ella. Siempre trabajó de su lado y por su cuenta.

Pero además de la parte profesional, hay una dimensión doméstica en Irene: “Soy un ama de casa buenísima. Me encanta la cocina, me encanta que mi casa esté limpia, me encanta arreglar el jardín”.

Hoy, Irene es soltera y vive sola. Su único hijo Danny ­vive en Europa desde hace casi diez años. Su gato está muerto. Es libre.

Por ejemplo, libre de viajar. Por ejemplo, a Bolivia, de donde regresó hace poco. Lo que más le gustó de Bolivia a Irene es la poca población en un espacio tan grande. Nueve millones de habitantes en un lugar que es enorme, comenta. “Vas a lugares cercanos y ya parecen remotos”, dice. “Este viaje fue sobre todo el contacto con el espacio”, expresa.

Irene ha vivido en otros países: así en la República Dominicana, en donde estuvo becada, y en la España de Franco. Experiencias muy especiales que le permitieron apreciar distintos ángulos de la vida.

Pero aunque viaja de tanto en tanto, su verdadera residencia es la ciudad de Guatemala. Lo cuál no es fácil siempre: “Me cuesta el tráfico, me cuesta la violencia, vivir en un país en donde se ven pocas cosas positivas. Por eso dejé de leer el periódico.”

De la soledad, Irene dice: “Me gusta la soledad, sin embargo me gusta que alguien me quiera o yo querer a alguien.”

Irene tiene 54 años. ¿Qué hay de las arrugas y las cremas rejuvenecedoras? “Las arrugas son implacables. No es fácil a mi edad ver que la gravedad es más fuerte que la levitación.”

Irene toma otro sorbo de su café frío, mientras ríe, desde el centro de su universo–mandala.



Hacia Paxyl

Irene Carlos encuadra el Popol Vuh en mucho respeto. Desde hace rato que quería hacer algo con este texto. Pero es que le daba un poco miedo: ¿cómo interpretarlo?

“El Popol Vuh era muy delicado para mí. No quería abordarlo con mis ojos de educación occidental; quería que el libro me hablara, para no romper su sacralidad.”

No fue sino hasta después de hacer la exhibición Los cinco elementos que se sintió libre de entrarle al proyecto.

Para crear los cuadros de la muestra, Irene primero leyó un montón, frecuentó muchos libros de arqueología.

Allí encontró un mundo de referencias visuales –entresacadas del clásico y del preclásico– que le dieron la pauta para la primera parte de la exposición, más figurativa. Se basó en figuras arqueológicas, estatuillas, esculturas o relieves. En un segundo momento de la muestra, las pinturas se fueron abstrayendo más y más...

Se inspiró mucho en la traducción del Popol Vuh propuesta por Sam Colop: “Su manera poética de escribir las imágenes te da un espacio para quedarte en ellas.”

Imágenes que Irene estima profundamente, y que a su juicio “están muy desperdiciadas en esta cultura”.

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