Bienvenidos a LAS PÁGINAS VULGARES. Cositas periodísticas de Maurice Echeverría.

Bares y voces: la zona 1

Uno de los artículos más antiguos que hay en mi disco duro. Mi acompañante en la crónica es Platón, que va diciendo cosas entresacadas de los Diálogos. En ese tiempo, la zona 1 era para mí una esperanza, pero la zona 1 se pasmó, como una papaya. Hay nuevos lugares, es cierto; pero la ciudad poética nunca creció.


"Llevo sobre el pecho/ Un collar de tus calles luminosas" Vicente Huidobro


Hay que someterse a la zona 1. Entender cómo la urbe escupe arañas a la urbe, cómo todo está turbado y reciente, cómo las calles se entrelazan en una intriga de luces y gente sola. Y aún así no queda claro porqué los guatemaltecos no hemos percibido del todo esa invocación, ese designio, la ciudad, la zona 1, que es lo mágico, los más violento, lo indecente, lo beato, lo más indescifrable de esta nuestra capital mínima.

La zona 1, por las noches, es una respiración amarilla, una ciertamente extraña musculatura de calles. Y ya lo decía T. S. Elliot en algún poema: "Streets that follow like a tedious argument/ Of insidious intent/ To lead you to an overwhelming question..."

¿Por qué no hemos muralizado nuestros muros? ¿Por qué no hemos caminado en las esquinas inefables? ¿Por qué no hemos entendido la risa que se gesta en ese vientre de ventanas? Sobre todo, ¿por qué no hemos inventado sitios para no estar y para estar mucho, cafés, bares, cocinas, contextos?

Hay que dejar de masturbar los neones lívidos y vegetales de la Zona Viva, que igual de viva tiene como muy poco.

El Centro, ese ombligo abundante, esa sensación. Bueno, por lo menos algunos lugares se han establecido para colocar la movida. Y un grupo breve de entusiastas se conecta y busca, y a veces encuentra, un espacio para pasar la mala noche. Hoy, precisamente, vamos a salir, con Platón, un buen amigo. ¿A dónde vamos? Vamos al pasaje Aycinena. Y afuera.

El pasaje Aycinena, bueno, en realidad toda la estructura del Portal viene a ser una cosa muy alucinante, y muy desaprovechada. El espacio podría convertirse en una cosa tipo el mexicano Chopo, para vender, cambiar, transar discos, libros, artesanías, arte.

Por lo menos existe El Portalito, o ya en el pasaje propiamente un café como el Cien puertas, o El Tiempo.

El Portalito es un clásico. Aquí venía a dislocarse a tragos Asturias, y se dice que fue visitado por el Che. Por de pronto no podemos reparar en nadie meritorio, sólo en un montón de burócratas, que son los que suelen tomar cervezas aquí en vasos redondos como burbujas de burocracia. Las boquitas son para mi gusto personal dudosas en toda su estructura, pero Platón se las come igual. Mientras se las come piensa, penetra, diserta:

–Quizá no esté mal venir a parar en esto, pues al examinar una ciudad tan posiblemente descubramos cómo se originan en las ciudades la justicia y la injusticia.

Después de las chelas y las ígneas reflexiones nos movemos al pasaje Aycinena. Qué sitio.

Ingresamos al Cien Puertas, con Platón, que ya está, ya comienza a estar en su justo y griego momento. El Cien Puertas es un café, café-bar, humilde y tenue, donde llegan los poetas, los artistas, los extranjeros, los diletantes de la izquierda romántica, llegan a tomarse un algo o un todo. Una guitarra. Bohemios fáciles. Muros manchados de poesía y angustia adolescente.

Parece que no hay mesas, y entonces nos vamos al sitio de enfrente, El Tiempo. Adentro suena Miguel Ríos, y no se entiende si es porque hay un descuido, un asomo de anacronismo, o si es así todo el tiempo: si es así todo El Tiempo.

Vamos al Tustepito. El nombre, caímos en la cuenta, o nos explicó alguien, viene de Asturias, del two step, twostep, twostepito, qué complejidades. Antes de entrar nos hemos tropezado con un tipo que está tirado en la acera, abandonado en la acera, en un charco de sí mismo. Adentro hay gente de todo tipo.

En el Tustepito no es improbable encontrarse con el Tecolote Amaya, o de pronto Mónica Sarmientos, Giovanni Pinzón... Como en el Gran Comal, en el Tustepito coinciden personas muy distintas. Hacen barra los lumpenfilósofos.

Platón empieza a dialogar con un borracho, ya subyugado él mismo por el alcohol, y le va explayando su teoría de las esencias. El borracho le mira, olvidado del mundo. No entiende nada.

Bueno, de pronto entra JF, el pintor, dicción lenta, torcida, sonríe todo el tiempo. Hablamos, bebemos. Hace un dibujo efímero en una servilleta. Nadie tiene idea de cuánto arte espontáneo nace en estos reductos. De pronto me llega un grito, me llama alguien. Es Platón: que ya quiere irse, parece que el borracho se ha puesto violento y se ha cansado de tanta caverna y tantas Ideas. Es prudente salir.

A la Bodeguita. Nos saludan unos travestis, que conforman una raza gelatinosa y extraña de la ciudad. Están fumando marihuana. Ríen, desenfadados, desenfadadas.

Ya todos conocemos la Bodega. Otro sitio para la izquierda, o sea que llegan muchos aspirantes ideológicos, muchos periodistas, muchos militantes de los derechos humanos. Un repertorio musical que siempre es igual, que no difiere.

Cerca de La Bodeguita del Centro queda el Pie de Lana, que fue en su tiempo un sitio visitado y vital. Ya no. Ahora es una cosa derruida a punto de desaparecer, o que talvez ya desapareció. Platón habla, balbucea:

–Si la belleza, en efecto, pertenece a la categoría que decimos, el placer de la vista y del oído no podrá ser lo bello...

Lo tomo del brazo y lo llevo, lo llevo a El Granada. Una vigilia de ron, un repicar instantáneo de vasos y tenedores, una conversación cuajada en todas las bocas, colectiva y conjunta. En una mesa, hablan de política. Platón interviene:

–En efecto, advierto que cuando la ciudad pone la mano encima a algún político, por considerar que su actuación es contraria a la justicia, éste se irrita y se lamenta y alega ser víctima de un trato indigno...

¿Qué hora es? La hora no importa, no existe, en la zona uno no es una referencia válida. Es verdad que los sitios respetan y le huyen a esa multa incoherente y panista de la una de la mañana –multa que nos está quitando violentamente la noche a todos– pero siempre es posible seguir la fiesta después de la hora-límite, pues al fin de cuentas el Centro no es del PAN, es de Baco.

De todos modos, es temprano.

¿Será que vamos al Cronopios? El sitio es nuevo, más o menos, y hay que ver cómo evoluciona. Rezaremos porque el Cronopios no se llene de Famas.

Pero Platón no quiere entrar a Cronopios, sino introducirse al Fu Lu Sho.

Porque Platón, a pesar de haber escrito el Filebo, es un hipócrita, y le encanta hartarse de tapis. Enfilamos al Fu Lu Sho.

“De mi alegría me alegro”, dijo Otto René Castillo. Yo también, ahora que tengo una nueva chela en la mano. El Fu Lo Sho: barra grande y conseguida, segundo piso de mesas y peceras, una estética cabal para el delirio que buscamos. ¿Qué delirio buscamos?

Nos encontramos con un personaje artítrico, irónico, artístico, que quizá frecuenta el lugar. Parece que su ironía es una extensión de su artritis o su artritis una extensión de su ironía. Nos cuenta, sin dramatismo:

–Es que el doctor me ha descubierto un bebé en el pulmón...

Esos eufemismos en el terreno trágico del cáncer.

Pasamos de tema en tema, como afuera pasan los carros, uno tras otro, uno tras otro, solicitados, indetenida procesión de luces, marcha imposible hacia ninguna parte. Alumbran los faros, alumbran la ciudad, y la ciudad es ya sólo un juego de retazos, esquinas iguales y trastornadas, volubles, muros, recortes de luz y rostros efímeros, recientes, fragmentados. Nos despedimos, después de mucho hablar, del artrítico–irónico–artístico, con algún afecto, y nos dirigimos a un lugar ubicado en la Avenida Centroamérica), pero aún en el campo de poder de la zona 1. Un lugar mínimo, a donde acuden a tocar por las noches no sé qué músicos, entre espejos y fotografías.

Platón está con los ojos perdidos, quizá entiende algo que no entiendo, quizá la esencia cercana del ron ya lo tiene borracho, bolo, lento, licuado. No entiendo lo que dice. No entiendo nada. Yo también estoy borracho. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Seguramente no debería estar manejando. Pero la ciudad es una rebelión urgente que nos demanda. Y hay que someterse a la ciudad, a esa ciudad profunda de cantinas, puteros y restaurantes chinos. En baños leprosos y de mala muerte, entre litros de cerveza salvajemente acumulados, junto a violentos y desposeídos: allí es dónde el folklore abnegado y estallado de la noche se filtra, toma cuerpo, coraje. Platón lo sabe, y queda con los ojos absortos cada vez que pasamos por tanto sitio ruinoso, derruido y sublime, como si hubiese recordado de pronto la cicuta honda de su maestro. Submundos, músicas como salivas, charamileros crueles y rientes y blandos que erige la noche, vitrinas baratas y decoraciones kitsch, y dinerales desperdiciados en la danza del Venado. Y seguimos manejando.

Vamos a El Lugarcito.

Vamos a El Guadalajara, tan querido por Quiroa.

Vamos al Bar Europa, justo debajo de un parqueo.

Vamos a Los Altos del Cairo.

Vamos al bar El Olvido, entre calles estrechísimas, con su virgen adentro, altiva, profana.

Es como estar en un sueño.

Un sueño…

Platón balbucea en el asiento, y creo que es hora de regresar a casa. Filósofos estos que no te aguantan un tapis.


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