Bienvenidos a LAS PÁGINAS VULGARES. Cositas periodísticas de Maurice Echeverría.

Chupando las ubres de la loba (turismo urbano en el Transmetro)



Una crónica competente. Escribiría más y mejores crónicas si a alguien me pagara lo decente por ellas. Esta versión no es la que terminó publicándose, creo recordar; desconozco si es mejor. Puede Vd. consultar la que se imprimió, aquí:

http://magacin-gt.blogspot.com/2009/04/turismo-urbano-la-ciudad-y-su-conac.html

¿Qué tan bella es la ciudad de Guatemala? Una forma de saberlo es subirse al Transmetro y bajarse en cada una de las estaciones, y ver si hay algo atractivo en los alrededores, o algo qué hacer que valga la pena, o criaturas dignas de contemplar. El Transmetro como termómetro urbano.

El funcionario municipal le pide al señor –o joven, o joven señor– que se mueva, que le ceda el asiento a la señorita. Ella está muy embarazada, tan embarazada que me pregunto si no va a parir allí mismo, entre la verdosa masa de personas que se menean al ritmo formal del bus. El joven –o señor, o señor joven– es algo feito, como salido de un grimorio medieval, pero en cambio muy educado y cede su asiento convincentemente, y se traslada unos metros más para allá, donde un par de patojas parlotean con esa inigualable estamina de las patojas, cuando van en Transmetro.

Estación Barrios

Goyri murió apenas en el 2007. Suyo es el vecino mural del IGSS; también podemos ver aquella pieza magnífica del Banco de Guatemala.

Efraín Recinos, Carlos Mérida, Grajeda Mena: todos dejaron impronta en el Centro Cívico. En ningún otro lado de la ciudad de Guatemala se le dio semejante importancia al arte de escala. Eran otros tiempos.

Otros tiempos. Cada vez que veo el Goyri del Centro Cívico se me mezcla el placer de contemplarlo con la amargura de comprobar que a nadie más alrededor le importa un comino.

Por el contrario: los transeúntes van rumiando su crónica cotidiana con un sentido de morosa indiferencia. Caminan, solamente. Se mueven cerca del llamado Monumento a la Paz, o bien debajo del puente del ferrocarril –entre un helado olor a meados que ya la manguera de un camión de la muni está desterrando. Los zanates gorditos comen restos, migajas. Y muy cerca hay un cuate que me está diciendo: “Hay penales my friend”.

Antes de ir a la Estación Barrios (9ª. Avenida 18 Calle Zona 1), en donde abordaré el Transmetro, decido echarle un vistazo al Museo Numismático, que por demás no conozco. Me recibe en el umbral del Banco de Guatemala una especie de máquina de tortura, lo cuál estimula mi atención, y resulta que sólo es una máquina de acuñar monedas, lo cuál desestimula mi atención.

El Museo Numismático no es exactamente el Tate Gallery pero si uno pone un mínimo de su parte, saldrá enriquecido por las informaciones que allí se presentan, organizadas en un cuerpo que va de la época prehispánica hasta nuestros días. Hay cosas incluso muy apreciables, piezas monetarias muy antiguas, o el mural de Mérida, en esmalte sobre cobre, llamado Sacerdotes danzantes mayas. No deja de faltar la imagen decadente de un quetzal disecado.

Bien, me voy caminando hacia la Plaza Barrios, circunvalo Tribunales, y llego a la caseta del Transmetro, en donde convierto un billete de cinco reales en cinco reales sonantes, comida para molinetes.

Se entiende que la Plaza Barrios es la Plaza de Justo Rufino Barrios, de quien acabo de ver su espada grandiosa en el Museo Numismático, y que vigila a caballo mi lento andar hacia el Museo del Ferrocarril (ver recuadro). Ingreso al café “Vagón del Tiempo”, en donde nos atiende una amable mujer oriental. El café ha sido decorado con fotos de toda índole, desde el Che hasta el hoy fallecido Paul Newman. Un lugar colorido con estatuillas indús o la Hepburn de Breakfast at Tiffany´s. Suena, y lo agradezco, Johnny Cash. Me zampo una quesadilla.

Estación El Amate–Estación Don Bosco

El Transmetro confiere por fin un atisbo de humanidad en el transporte público local. Por lo general se le da un lugar formal a los niños, a las embarazadas, a los ancianos, a los discapacitados. Bueno, los discapacitados chillaron ese derecho; con la ayuda de la ODHA, mamaron. Los que no somos discapacitados, vamos todos de pie, y así llegamos a la estación del Amate (18 Calle 5ta. y 4ta. Calle Zona 1), en donde me bajo a dar una vuelta. Allí están las ferreterías, las tiendas de telas, los restaurantes chinos con sus grandes sátiras etílicas. De pronto, en un aparador, me topo con un milagro: una máquina para hacer granizadas.

De la parada Don Bosco (Avenida Bolívar 26 Calle zona 1) camino unas cinco cuadras, hasta converger a la 19 calle, el lugar de las tiendas de ropa. Una especie de nueva sexta es la 19 calle, fomentando la pequeña ilusión clasemediera. Los observa salir y entrar de las tiendas una publicidad vieja de Palau. Más allá está el cementerio, en donde alguna vez amanecimos yo y Germánico Barrios de La Tona, rodeado como de diez elementos armados, y ya un poco más que pasados, y ya un tanto combativos. En fin, casi nos vapulean, pero salimos sin sangre. Hallará el interesado un lugar llamado La Bodegona cerca del Mercado Cervantes (qué nombre, para un mercado) con toda suerte de enseres. Y en poco llegará a La Litía. Aquí es donde las poblaciones entregan fáusticamente su billete comprando productos copycat de utilidad práctica innegable. Todo este barrio –con sus talleres, institutos, sus casas– tiene una cierta dignidad sin gracia.

Estación Bolívar–Estación Santa Cecilia

De la Estación Bolívar (Avenida Bolívar 26 Calle Zona 1) sólo diré que, turísticamente, es un lugar completamente calvo. Aparte de todas esas mueblerías, no hay mucho más que ver. Las mueblerías en sí mismas no dejan de ser aburridas –un tedio sucesivo de sofás y aparadores. Por lo general, no es permitido llevar cosas grandes en el Transmetro, menos aún un mueble, así que no hay verdadera conexión entre mi crónica y las mueblerías.

Pero igual me bajo, porque alguien me ha dicho que visite la mueblería Victoria (Av. Bolívar 27-46 zona 1), a un lado de la Megapaca. “Encontrás a precios increíbles las mismas cosas que encontrás en Kalea”, me ha dicho… Un poco permisivamente, agrego.

En la mueblería Victoria, me pongo a hablar con una señora simpática que trabaja allí, y le pregunto si el Transmetro dañó las ventas de las mueblerías.

Me contesta con un argumento protransmetro que me llamó mucho la atención:

–Arzú está educando al pueblo.

En la Estación Santa Cecilia (Avenida Bolívar 31 y 32 Calles Zona 2) ni siquiera me bajo. Si quiere bájese Vd. y vaya a comprar a La Barata. Me limito a ver por la ventana el paisaje cambiante, al Dr. Simi bailando como si se hubiera metido diez anfetaminas. Pasa un slogan de la muni: “Yo soy la ciudad”.

¿Arzú educando al pueblo? “Yo soy la ciudad” vendría a ser, desde esta óptica, un modo de que el pueblo se identifique tántricamente con la metrópoli… Pero a mí más se me antoja como una especie de ominoso lema orwelliano, que describe a cabalidad la divina omnipresencia arzuísta.

Antes el lema fue: “Tú eres la ciudad”. Tampoco terminaba de gustar: ese tuteo mamón sólo enmarcaba la distancia que aún experimentamos respecto a la propia identidad urbana. Otra cosa es que hubieran puesto: “Vos sos la ciudad”. Pero en la Muni –cuna de poderosa solemnidad– no hay lugar para el voseo.

Estación Trébol

La Estación Trébol (Calzada Aguilar Batres y Avenida Bolívar zonas 11, 12, y 8) es un must si Vd. quiere hacer sociología urbana ultraselecta. El Trébol es abundante como las minas del Rey Salomón. En principio, la estación tiene salida al Guarda, que ya es un universo en sí mismo. Al Guarda vamos. Y van también varias patrullas de policía, lo cuál para algunos es un signo tranquilizador y para otros un signo de cuidado. Para mí lo relevante es callejear entre anteojos chafas, libros cristianos, tennis de marcas ignotas, devedés piratas, y mangos. Hoy pareciera que todo el mundo está comiendo mango. Observo extasiado a un tullido con sello mendicante que bien podría ser un personaje de Zola. En las plazas y lo público siempre hay hombres rotos y muy bellos.

Me paso tomando una mi agua en la parte de los comedores. Los televisores están prendidos, metamorfosean imágenes laxas. Una señora está preparando unas jaibas para algún caldo de corte esotérico. Me siento en uno de los puestecitos, en donde conozco a Mauricio:

–Me llamo como usted, pero en español –me dice.

Le pregunto a Mauricio si considera que el Transmetro afectó las ventas del mercado.

En su opinión, sí:

–Al Transmetro no se puede subir una manguera, un serrucho. Talvez favorece a los que vienen a comprar jabón de bola, pero no a los que compran cosas más grandes.

Afuera, una señora en una zapatería, no me puede dar una respuesta clara:

–El mercado está mal. Pero no se sabe si es por el Transmetro o por la Crisis

–puntualiza.

Antes de devolverme a la estación, procedo a ingresar a la Megapaca, que no es paca cualquiera. Aquí se ordena la ropa con rigor casi cabalístico. En mi vida he visto una paca tan enorme, tan llamativa. Siempre vuelvo a lo que le dijo Ramírez Amaya a Luis Urrutia en una entrevista: “Aquí el que no se viste bien es porque no quiere”.

La Estación del Trébol es nutrida como ninguna y es preciso hacer más cola para montar Transmetro que en cualquier otra estación. Hay un gran cartel que advierte que el Transmetro en sus dos años de estar disponible ha sido utilizado por 100 millones de usuarios. Lo cuál no es técnicamente exacto, porque un mismo usuario se repite decenas de veces. En fin, lo que sí es cierto es que el Transmetro es de enorme beneficio, en cuanto al transporte se refiere. Incluso establece los cimientos para un metro a secas, en el futuro. Oh, el metro.

Estación Mariscal–Estación Reformita–Estación El Carmen

Comiendo afuera de la Estación Mariscal (Calzada Aguilar Batres 14 Calle Zonas 11 y 12) una dona de American Donuts –sin ánimo de publicitar, el regalo más grande que nos ha hecho el cosmos a todos los guatemaltecos. Y reflexionando sobre todo este asunto del Transmetro, me recuerdo un dialogo que mantuve con mi amigo Sánchez, que siempre ha tenido un sentir muy particular sobre la ciudad de Guatemala:

–La ciudad de Guatemala es un lugar de empleados, no de personas creativas y libres

–dijo, comiéndose una mandarina.

Y continuó:

–Y eso está claro con el Transmetro. Si te das cuenta, el Transmetro es un medio de locomoción en general utilizado por aquellos que no tienen carro, o cuya experiencia del carro es en alguna medida poco operativa. El concepto del Transmetro parte pues de una carencia básica.

–Bueno, ni modo –replico–, no todos tienen para comprar carro.

–Pues eso: no se trata de comprarlo. Sino de que el usuario perciba el Transmetro como un medio de reapropiarse la urbe. No como una muleta en una ciudad atenazada por el tráfico y la crisis económica, sino como una opción vital, excitante. Ideal sería que incluso aquellos que poseen carro deliberadamente elijan no usarlo. Es decir: no sólo desplazar la necesidad sino también el ocio.

–¿Y creés que eso sea posible?

Sánchez lo piensa un segundo:

–Sólo en la medida en que la ciudad misma cambie. Porque admitámoslo, la ciudad bonita bonita no es. Mirá la Aguilar Batres: un recorrido bien feo de talleres, de ferreterías, de ventas de lubricantes o de bolsas plásticas o de repuestos o de llantas. A eso se agrega que Guatemala es la ciudad menos peatonal del mundo. No hay cultura de banqueta, no hay parques. Los centros comerciales y los restaurantes de lujo sólo son para los pocos.

Con la visión de Sánchez aún en la cabeza, decido no bajarme en las estaciones de la Reformita (Calzada Aguilar Batres 20 Calle zonas 11 y 12) y El Carmen (Calzada Aguilar Batres 20 Calle zonas 11 y 12). No veo en ellas nada que pueda llamarme la atención. Sánchez no deja de tener razón.

Estación Las Charcas–Estación Javier–Estación Monte María–Estación Centra Sur

La estación Las Charcas (Calzada Aguilar Batres 32 y 34 Calles Zonas 11 y 12) es un ejemplo –incipiente es cierto, no estamos en el DF, pero ejemplo al fin– de continuidad entre dos tejidos urbanos: la calle y el comercio. La estación se prolonga subterráneamente (con negocios abajo como Burger King) y va a dar al Pacific Center, en donde un bestiario de colegiales inunda y protagoniza los pasillos: una imagen completamente plástica y atemporal.

De la estación Las Charcas (Calzada Aguilar Batres 32 y 34 Calles Zonas 11 y 12) paso a la estación Javier (Calzada Aguilar Batres 38 Calle Zonas 11 y 12) y luego a la estación Monte María (Calza Aguilar Batres 46 y 45 Calles zona 12 Villa Nueva) en donde me bajo en Metrosur y le compro comida a mi gato. De allí paso a la Central de Transferencias, un lugar gris desde donde se mira un barrio gris él también. Sociología del block y del hormigón. Danny Schafer le atribuía al block un efecto devastador en términos de estética urbana.

En la Central de Transferencias, ríos de gente experimentan a partes iguales el cansancio y vitalidad de ser masa. Lo bueno es que ya todos ellos se han acostumbrado al Transmetro y me atrevería a pensar que lo aprecian. No es un mal sistema. Y he visto una labor, por parte de varios cuadros municipales, muy consciente. Además, no deja de darme en lo personal alguna clase de satisfacción que se trate de un servicio estatal y no privado. A un lado de la Central de Transbordo, está la Central de Mayoreo, en los galpones hay un dibujo masivo de frutas y verduras y afuera se hacinan las cajas como pequeños ataúdes infinitos. La Central de Mayoreo carece de las exquisiteces de un mercado vivo. Hay una cancha de fut; están jugando la chamusca.

Aquí acaba mi recorrido. Mi idea es tomar de vuelta el Transmetro expreso para que me lleve de un tirón hasta el Centro Cívico, pero como saben sólo funciona en determinados horarios y de momento no está disponible. Así que agarro el semiexpreso, que me lleva de directamente hasta el Trébol, y luego de estación en estación hasta el final del circuito.

Estación Centro Cívico

El transmetro es un perfecto work in progress, de momento ofreciendo una ruta única, pero en el futuro –y por supuesto en teoría– ramificándose hacia nuevas direcciones y otros ejes. Lo cuál supondrá un modo de relacionarnos completamente nuevo con la ciudad. Y acaso el comienzo de una cultura y un turismo urbanos sin precedentes en el Valle de Guatemala. Conforme el transporte sea más funcional la ciudad le seguirá en desarrollo, y conforme la ciudad se desarrolle, el transporte será más penetrante, en una simbiosis prácticamente carnal. De momento me pregunto si la bandera de la Plaza Municipal que se encuentra ominosamente a media asta no señala el estado actual de las cosas en nuestro hábitat metropolitano. También está esa estatua de la loba amantando a Rómulo y Remo. Pues bien: Rómulo y Remo somos Vd. y yo. Y la loba es la ciudad, dándonos su coñac envenenado e infinito.

El Centro Cultural Fegua

Así pequeñito, pero simpático, es el Centro Cultural FEGUA. Ubicado en el sitio que fuera la Estación Central (9ª Avenida y 18 Calle), abrió sus puertas en 2004, con apoyo de Portillo. Allan Roberto, un ex maquinista completamente simpático, oriundo de Puerto Barrios, me da el tour, me muestra las locomotoras…

“La número 15 era un de carbón y de leña… La 34 ya vino a base de petróleo y agua… Ésa es la que manejaba yo, en el famoso “tren de la alegría”… Íbamos de excursión todos los domingos al relleno de Amatitlán, con los estudiantes… La 205 vino a Guatemala en 1949…”

FEGUA termina actividades en 1997. La Carretera a El Atlántico era ya para entonces mucho más funcional, en lo que se refiere a la duración del viaje, que la línea del tren.

Allan Roberto me lleva al interior del Museo del Ferrocarril. Auténtica taxidermia de la era industrial en el Tercer Mundo. En estos tiempos de superconductividad, convergencia digital y tegevés, no deja de capturarnos la atención algo tan elemental como una máquina de telégrafo –y otros recelosos objetos que dibujan la saga perdida del ferrocarril en Guatemala.

Saliendo del museo, procedo a subirme al “Michatoya”, el vagón utilizado por Ubico en sus viajes ferroviarios. Llegaba a los pueblos, se ponía a tirar monárquicamente monedas a las masas.

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